Dic 20, 2019 | Botánica, Centro de documentación científica, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
DOCUMENTAR Y COMPARTIR
Establecer un centro de documentación público implica un considerable trabajo de investigación, tanto para ofrecer una alta calidad en la documentación, como para programarla y realizarla.
Estamos muy ilusionados con el proyecto de Fundación Pep Bonet Capellá, toda vez que puede representar la institucionalización de media vida dedicada al hobby de la fotografía botánica. Pero, sobre todo si se promociona suficientemente, lo estamos porque podría crear un centro de producción y perpetuación de este tipo de documentación, un imán que atraiga a “frikis” del tema.
Dicho así suena muy bien, pero no deja de ser “el cuento de la lechera”.
Salir los domingos al campo, a pasar la mañana y hacer cuatro fotos “de lo que salga” es muy fácil, pero cuando empiezas por escoger el tema y luego intentas plasmarlo la cosa se complica.
Para empezar, si es que somos algo, será fotógrafos. Ni botánicos ni entomólogos ni nada de eso. Me entra una risa nerviosa cuando recuerdo el día que empecé a compartir mi archivo con José Luís Gradaille, director del Jardín Botánico de Sóller.
Digamos que no me estranguló, una por nuestra amistad y otra porque estaba viendo fotos, para él, alucinantes. Pero, sin ningún tipo de pudor, yo había nombrado las plantas con los nombres que me había dado la gana, había confusión de especies, de familias, nombres de plantas que no existen en la Isla, variedades inventadas y un largo etcétera de aberraciones en las identificaciones.
¡Esta era mi ciencia! Y, a estas alturas, si bien algo he aprendido, sigo necesitando tutela para clasificar el inmenso trabajo fotográfico que voy haciendo (porque, cual hormiguita, cada semana se añade un paquetito de nueva información al archivo)
No descarto poder engrescar a verdaderos científicos en el proyecto, pero luego, igual, habrá que ver “si son fotógrafos”… Como siempre, si bien la perfección no existe, acercarnos al espíritu renacentista ayudará mucho. Al menos yo soy un ferviente admirador de Leonardo da Vinci, pintor, matemático, ingeniero, cocinero, etc.
Mientras, yo me esfuerzo en “dar la talla”.
Solemos saber que especies vamos a documentar, ello no excluye que te cruces con una sorpresa y la incluyas. En la medida de lo posible, estudio la planta, estudio su corografía, épocas de floración y fructificación, detalles de identificación, etc. y, con eso, busco y fotografío. A decir verdad, me resulta más cómodo cuando los expertos me hacen un esquema de lo que debo buscar y yo puedo dedicarme a las luces y sombras.
A veces es simple y cómodo porque puede ser una planta común, abundante y fácil. Otras son plantas raras que me pueden llevar a caminar durante días, incluso por parajes que mis pobres piernas ya rechazan.
Ahora estamos en un proyecto, documentar la sexualidad de las higueras, que plantea algunos de estos retos: las higueras son árboles y los higos pueden estar inaccesibles, además, se deberá resolver que la higuera esté “accesible” al menos durante un año. Y cuando digo accesible me refiero a tener autorización para entrar en fincas privadas si es necesario.

Para empezar, nos tuvimos que estudiar el libro “La sexualitat de les figueres i del seu insecte pol.linitzador” de Joan Rallo García. Gracias a esto hemos podido programar una selección de tomas “imprescindibles” para una documentación que se precie.
Lo siguiente ha sido, aprovechando que yo tengo prescripciones médicas de ejercicio obligatorio (y por aquello de que no hay que dar puntada sin hilo), salir a pasear con mi trike mas de 25 km, rodeando la ciudad para que esté cerca y accesible, e inventariar todas las cabrahigueras que he podido encontrar, preferentemente que estuvieran a baja altura para colocarles un trípode. Resulta que muchas de las fotos previstas serán macros de insectos vivos (de verdad que no tengo claro cómo resolveremos “esto”) Creo que será divertido fotografiar una avispa de 1,5 mm saliendo por un agujerito minúsculo en el ostiolo de una cabrahigo… o a otra avispilla de parecido tamaño, perforando el cabrahigo desde el exterior, con un aguijón endoscópico, para parasitar a una pupa indefensa.
No dudo que los forofos de los deportes no se sientan realizados con una “gran final”, no lo dudo. Para nosotros conseguir documentar esta pelea de avispillas, o sacar un primerísimo plano de unas flores milimétricas, tiene este toque de triunfo, tan espectacular como la “gran final” y, nosotros creemos, que más útil a la humanidad.
Dic 8, 2019 | Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
MACRO EXTREMO
Repasemos las bases de la fotografía de macro extremo, en fotografía “normal” todos conocemos la frase de “este objetivo, donde da mejor es a F tal”. Cuando realizamos macro extremo, el objetivo es el mismo, pero, con un fuelle o anillos, lo alejamos más de lo normal y, en realidad, con nuestro sensor o película aprovechamos solo una parte de la imagen.
Como siempre, la teoría es lo que rige el mundo… ¡cuando se respeta!
Para hacer fotografía de macro extremo hay un par de principios de física óptica y de teoría ondulatoria de la luz con los que hay que ser muy escrupuloso.
Empecemos por la profundidad de campo:

A la vista del esquema, si la lente del objetivo no está diafragmada, la lente proyecta un cono de luz hasta el foco, tan amplio como el diámetro de la lente. Si diafragmamos, el foco queda en el mismo sitio, pero el cono se reduce por haber reducido la abertura.
El ojo humano medio es capaz de distinguir hasta 5 líneas por milímetro, vistas a 25 cm de distancia. O sea, es capaz de apreciar puntos de 0,2mm. En general, si hay más líneas en este milímetro, el ojo se confunde y las mezcla.
Dicho de otra manera, a los puntos menores de 0,2 mm nos cuesta verlos separados. A este límite le llamamos círculo de confusión.
Supongamos que el “punto gordo” del dibujo fuera nuestro círculo de confusión, entonces todo el espacio de imagen, antes y después del punto de enfoque, donde el círculo de confusión es más pequeño, para nosotros estaría TODO enfocado, TODOS estos puntos “entre” antes y después del foco, para nosotros y nuestros limitados ojos, tienen un foco perfecto porque “no vemos” el desenfoque.
Está claro que cuando diafragmamos alteramos el cono de luz, lo cerramos, y ello hace que nuestro círculo de confusión (que solo depende de nuestra agudeza visual) se encuentre bastante antes y bastante después del punto de enfoque.
Como el punto de enfoque es el lugar exacto que tenemos enfocado, ver “clara” la imagen “antes y después” del foco significa ver en la foto, claras, cosas que están más cerca o más lejos de nuestro objeto principal: A esto le llamamos “profundidad de campo”.
De aquí que al diafragmar aumentamos la profundidad de campo y aumentamos la sensación de nitidez de la foto, aunque sea porque el ojo es fácil de engañar.
En el caso de la fotografía macro esto es muy importante, ya que tanto más cerca esté el objeto, más lejos se forma la imagen y menos profundidad de campo tenemos y más nos convendrá cerrar el diafragma para ver la imagen con más detalles en profundidad.
Ahora estudiemos cómo se comporta la luz en un objetivo:
La luz tiene la rara habilidad de “doblar esquinas”. Cuando los físicos estudian la teoría ondulatoria de la luz, aparecen curiosidades como que la luz, cuando roza un canto, sufre un fenómeno llamado difracción que la deforma, la curva.
En nuestro caso, cuando hacemos fotos con el diafragma abierto, este fenómeno físico nos preocupa poco. Así y todo, todos los fotógrafos saben que los objetivos tienen “su mejor diafragma” que es el que nos da más profundidad de campo, o sea, imagen más clara, antes de que se empiece a notar la difracción. De todas formas, los fabricantes se esfuerzan mucho en conseguir objetivos que “sean buenos en todos los diafragmas”, les va en ello el negocio.
Sin embargo, cuando hacemos “macro extremo”, ya hemos visto que necesitamos cerrar mucho el diafragma para conseguir una profundidad de campo que nos permita apreciar TODO el volumen del objeto. Por las leyes de la física, esto es incompatible con la difracción que sufre el objetivo por el hecho de haber reducido el agujero por donde entra la luz.
Además, añadimos otro problema, sabemos que el macro lo obtenemos de proyectar una imagen inmensa del objeto y coger solamente una pequeña parte con nuestro sensor, por eso usamos fuelles o anillos para “estirar” el objetivo. En macro son normales las relaciones de x1, x2, x4, etc.
Si el objetivo, usado en fotografía “normal” ya nos daba pérdidas de calidad, aprovechando TODA la imagen que produce, cuando en macro usamos solo la mitad, o una cuarta parte o menos, multiplicamos las pérdidas. Podemos decir que el diafragma “que presupondrá” la imagen es el que nosotros cerremos por el aumento que estemos dando.
Por ejemplo un diafragma F22 en una ampliación x4 es equivalente a un diafragma 22×4=88. Por descontado que el objetivo “se hunde”, nos da una imagen difusa… porque, si miramos el esquema, cuando cerramos el diafragma la difracción hace que la luz se difumine.
En la época de fotografiar sobre película, este efecto tenía mala solución. Lo único realmente efectivo era, con fuelle descentrable, aplicar las técnicas de Scheimpflug (que ahora no explicaremos)
En la actualidad, con la información digitalizada, se han desarrollado programas que permiten detectar que zonas de la imagen están enfocadas y cuales no y luego apilar los trozos que nos interesen y los que no eliminarlos.
Y, gracias a estos programas, tenemos una solución para conseguir espectaculares fotos de macro, con magnífica definición y profundidades de campo impensables: sacar fotos a diafragma casi abierto, sin problemas de difracción pero con muy poca profundidad de campo, sacar tantas capas como hagan falta para abarcar todo el grosor del objeto y luego apilar “los trozos buenos”. El único inconveniente de estas técnicas es que no basta con un buen equipo fotográfico, también es necesario un esquipo mecánico con ajustes milimétricos, para poder enfocar con precisión las distintas capas.
