Nov 9, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
Dicen que el hombre propone y Dios dispone. No soy demasiado de frases hechas ni de convencionalismos, pero algo de eso hay. Por un desafortunado accidente (no grave) he tenido que estar unas semanas “en dique seco” y tener el blog un poco abandonado… Resueltas mis cuitas, ¡vuelvo a la batalla!
En la reincorporación (hay que empezar por algo, sea lo que sea) repasé y me faltaba la flor masculina de Ceratonia siliqua, algarrobo para los amigos. O sea, que aprovechando para hacer un poco de ejercicio con mi trike, me metí en un algarrobal con todo mi equipo… para “pedirle peras al olmo”.
Ya he hablado en otras ocasiones del macro extremo a base de tomas en planos diferentes y posterior montaje de las zonas enfocadas de cada plano. Dicho así parece fácil, pero si analizamos las imágenes ¡todo son problemas!
El primero es que enfocar planos diferentes obliga a adelantar o atrasar la cámara, por lo que el objeto cambia de tamaño en cada toma.
Yo me crie en el mundo de las ampliadoras y la foto química. Intentar superponer “a registro” (con coincidencia de todos los puntos) fotos de distinta escala era algo así como una epopeya. Solo en las imprentas, que tenían este problema a menudo, disponían de una cámara de fotos especial para controlar la escala, la “REPROMASTER”.
Actualmente este problema está superado, a través de IA y de procesadores matemáticos, gracias a que las imágenes se toman digitalmente sobre matrices de sensores colocados con precisión micrométrica. Midiendo el nivel de iluminación y las coincidencias laterales de millones de puntos de la imagen, aunque las escalas sean diferentes, se pueden superponer con precisión imágenes como las del dibujo.
Una vez que se tienen TODAS las imágenes perfectamente alineadas, una vez que el programa las ve perfectamente coincidentes en todos sus puntos, se hace otro milagro de la informática y de las matemáticas que la sustentan.
Alguna vez he hablado de la acutancia, recordémosla. Las cosas enfocadas se ven “limpias”, se ven con los bordes perfectamente definidos, mientras que en los desenfoques los bordes se difuminan. Este borde definido, este contraste entre luz y sombra, este intuir un canto vivo, es lo que a nosotros nos resulta “enfocado” mientras que la pérdida de detalle la entendemos como desenfoque.
Veamos, por ejemplo, en esta foto de arriba, los detalles de una zona enfocada, a la derecha, y otra desenfocada, a la izquierda. Está claro que en la zona enfocada se detectan unas pelusillas (nota: las fotos del escrito tienen escasos 300 píxels, lo justo para ver el efecto. Los originales están tomados a 8256×6192 píxels, con sensible mejor definición) En ambas muestras, derecha e izquierda, “hay los mismos pelillos”, el tronco es el mismo, sin embargo a la derecha somos capaces de ver blancos y sombras que nos permiten separar pelillos, básicamente diferencias de luz y sombra (acutancia), mientras que a la izquierda solo tenemos una mancha difusa que no nos permite saber dónde empieza ni donde acaba nada, ¡está desenfocado!
Hagamos un inciso, porque yo me niego a adorar la informática y a creer que un ordenador es “más inteligente que yo”. He citado que los programas de apilado, el tipo de programa que es capaz de analizar las “n” fotos, tomadas en distintas capas, que es capaz de seleccionar de cada foto los planos enfocados, vamos, que “recorta” todas las zonas enfocadas de las “n” fotos y que luego es capaz de recomponer el “puzle” usa IA, inteligencia artificial para los amigos. Reconozco la inmensa potencia de análisis y cálculo que aporta una máquina a nuestro servicio, incluso admito que a esto se le llame “inteligencia”, sobre todo porque se adjetiva como “artificial”. Pero ¡nada que ver con la inteligencia humana!
Lo que si es cierto, que es lo que se usa en este tipo de programas, es que se puede hacer un análisis de todos y cada uno de los píxeles de la imagen. Resulta relativamente fácil leer y medir los 50 millones de píxeles de la imagen original, compararlos uno a uno con los píxeles que le rodean y valorar si la diferencia de luz, de contraste, la acutancia en cada uno de esos 50 millones de píxeles, se puede considerar de “píxel enfocado” o de “píxel desenfocado”.
En la configuración del programa nos habrán permitido establecer los niveles de acutancia del análisis anterior, con lo que definiremos la precisión en la selección de zonas enfocadas. No siempre nos lo definirán por acutancia, los programadores ni se fían de nuestros conocimientos, ni emplean los mismos parámetros ni el mismo vocabulario. Es muy normal que, en las configuraciones nos dejen elegir la distancia máxima en píxeles entre diferencias de contraste, más o menos viene a ser lo mismo.
De esta manera conseguimos separar las zonas enfocadas de cada una de las capas que hemos fotografiado, para luego montar una única foto con la superposición de todos estos recortes y que se queda “con lo mejor de cada una”.
Lo que acabamos de ver funciona perfectamente en estudio, pero en la naturaleza, la foto macro in situ, presenta otro GRAN problema: EL AIRE MUEVE TODO CONTINUAMENTE.
Si repasamos la teoría anterior sobre el apilado de imágenes, tenemos el primer problema de la escala, solventable porque la escala se aplica A LA TOTALIDAD de píxels… y los ajustes de tamaño entre fotos son uniformes a toda la imagen. Sin embargo, si el viento mueve mi objeto, rama, flor, hoja, etc, las distintas tomas de cada plano son fotos diferentes. No solo sigo teniendo el cambio de escala de mi objeto, además el objeto no mantiene la misma posición respecto al fondo. Si pretendemos analizar la foto píxel a píxel resulta que no se puede obtener coincidencia porque no existe. Por eso he hecho la observación de que la IA es una inteligencia relativa.
Esto es lo que pasa cuando se pretende hacer un apilado, un macro extremo, de una foto in situ. Por ligera que sea la brisa es inevitable algún pequeño movimiento de nuestro sujeto y, al pasar al programa de apilado este se vuelve majara y termina seleccionando mal y montando peor.
Como que este artículo se refiere a flores de Ceratonia siliqua, la foto de portada es un racimo de flores hermafroditas, con los estambres ya resecos y los pistilos, fecundados, ya convertidos en futuras algarrobas.
En el caso específico del algarrobo, cosa que se da en otros árboles, como por ejemplo el cacao, hay un regalo para el fotógrafo, flores y frutos pueden crecer en el mismísimo tronco. Lo más habitual, en la mayoría de plantas, suele ser que las flores crecen en las yemas anuales, la planta despierta del invierno, empieza a abrir botones con hojas nuevas, crecen ramas tiernas y salen flores. Por descontado que en estas flores saldrán los frutos para crear semillas y seguir el proceso reproductivo.
Sin embargo hay árboles que sacan frutos en leña vieja. Es el caso de la higuera y sus mamas, o del cacao con sus frutos colgados del tronco y ramas gruesas. Esta misma situación se da en el algarrobo y eso nos permite hacer fotos por planos paralelos, como si estuviéramos en el estudio.
Se observa perfectamente que la flor masculina, arriba, y la femenina, abajo, han crecido en troncos que la brisa no ha podido mover. Ambas fotos están tomadas en planos paralelos, separados unos pocos milímetros y apiladas por capas, con lo que se obtiene una toma macro imposible de sacar en una foto única.
Ya he comentado en otras ocasiones que #fundpepbonet es la síntesis altruista de toda mi vida. Mi intención es legar a la Humanidad, las pocas cosas que pueda haber aprendido y estoy encantado de compartir “mis secretos” y “mis técnicas”. Por descontado que este blog es abierto, público y “de dos direcciones”, cualquier duda que os aparezca, ¡consultad! No dudéis que si tengo una respuesta siempre será para compartir.
Y si os parece que estos conocimientos pueden ayudar a algún conocido vuestro, no dudéis en pasarle la dirección de la web.
Solo por la difusión y extensión del conocimiento se puede progresar. ¡Del oscurantismo nunca salió nada bueno!
Jun 30, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
Iba a decir que tenemos un serio problema, pero no es verdad, en realidad tenemos una gran virtud. El ojo humano, ayudado por el cerebro, pasa por encima de la física y se inventa los colores. Es más, este “súper ojo” es capaz de ver diferente en las sombras que en las luces. El invento de conos y bastones (receptores de color y receptores de luz, de blanco y negro) permite al cerebro analizar una escena bajo dos puntos de vista diferentes, como luces y sombras, con extrema sensibilidad, prácticamente a oscuras y luego, por separado, colorear la imagen, bien sea con la realidad que leen los conos, bien sea recurriendo a la memoria que recuerda que aquel tomate era rojo.
Esto nos da unos ojos capaces de separar, cómodamente, puntos con diferencias de luz de más de 1000 veces, hablando en términos fotográficos, unos 10 diafragmas o, a veces, hasta 12-14 diafragmas y, además intuyendo colores casi reales hasta en las condiciones más duras, sean o no inventados. Si conjugamos la visión real del ojo y la capacidad del cerebro para centrar la atención en detalles aislados, el conjunto ojo-cerebro es capaz de “salvarnos la vida” en situaciones de hasta 24 diafragmas, o dicho de otra manera, podemos ser capaces de separar puntos con diferencias de luz de unos 15.000.000 de niveles… ¡Problema ninguno!
Pero lo que para nosotros no, para las cámaras si se acerca al problema. En primer lugar, los mejores y caros sensores actuales se mueven sobre los 10-14 diafragmas (de las cámaras baratas no hablemos y de la antigua película, positiva y negativa, menos, que se quedaba en los 5-6 diafragmas) Luego, un sensor no tiene cerebro, es lineal y no se sabe inventar colores, lee, exactamente, lo que “ve”.
Hay determinados tipos de fotografía en los que nos podemos permitir licencias, pero en la fotografía científica no. El color de unos pétalos o un determinado tipo de verde o el color de la tierra son tan importantes como la planta en sí, de hecho la planta produce antocianinas que la definen. Nosotros no somos nadie para cambiar esta característica de la planta.
Empecemos pues por foto en la naturaleza, con iluminación natural. Aquí lo tenemos relativamente fácil, el sensor se fabrica emulando el rango del ojo humano, es capaz de leer las cantidades necesarias de Rojo, Verde y Azul para que nosotros no nos confundamos. Solo hay un problema (del que muchos fotógrafos aficionados de hoy no son conscientes) y es que la luz del sol no tiene “el mismo color” a lo largo del día, o si estamos en la sombra, o si está nublado. Como la luz del sol debe atravesar la atmósfera, hay más km de atmósfera húmeda a atravesar por la mañana que aire seco al mediodía o km de atmósfera seca por la tarde. Luego, si se nubla, las nubes son vapor de agua (a atravesar), a veces en las nubes puede haber sal, o polvo…
Todas estas situaciones alteran el color de la luz solar, pero tenemos una ventaja, el Sol emite lo que se llama un espectro continuo, emite ultravioletas, azules, verdes, rojos, amarillos, hasta los infrarrojos (que a nosotros nos interesen, emitir, emite más)
Esta disponibilidad de “TODOS LOS COLORES” nos permite un truco que es estandarizar un “balance de blancos”, o dicho de otra manera, registrar una superficie blanca como de color blanco. El color blanco es una mezcla exacta de todos los colores visibles, entonces si una cartulina blanca, que sabemos cierto que es de color blanco, la vemos coloreada significa que la luz tiene exceso de aquel color, se rebaja el color y ¡asunto resuelto!
He comentado que hay aficionados que no son conscientes de este problema porque cualquier cámara actual lleva incorporado un sistema automático de corrección, AWB, que lee el color de la luz justo antes de realizar la toma y lo ajusta. En cámaras de alta gama, este ajuste es, incluso, “ajustable”. Luego, todas las cámaras llevan pre ajustes para otros tipos de luz, tungsteno, fluorescente, etc. Esto hace que, con mucha facilidad, siempre tomamos nuestras fotos con una luz blanca estándar, bien equilibrada… Siempre que hablemos de luz natural.
Ahora pasamos a la foto en estudio, con iluminación artificial. Hace años solo se disponía de bombillas y flashes, ambos de espectro continuo. El flash, con un espectro ajustado al blanco de referencia (5500ºK), semejante a la luz del sol y que no había que retocar y el tungsteno, las bombillas, con un tono más o menos rojizo, según el tipo. Las bombillas baratas, las “de cocina”, muy rojizas, con una temperatura de color de unos 2700ºK y las halógenas algo menos rojizas, con temperatura de color de unos 3000ºK.
Actualmente ha habido un cambio drástico. Las lámparas de incandescencia, el filamento incandescente que inventó Edison y que ha alumbrado el mundo más de 100 años, presentan un grave problema, solo alrededor de un 10% es luz visible, el 90% restante son infrarrojos, calor… y pérdida de rendimiento.
Como que “las ciencias adelantan que es una barbaridad”, ahora nos iluminamos con la física atómica, excitando átomos de sodio, mercurio arseniuro de galio, etc. todas las bombillas actuales, de bajo consumo, han conseguido eficiencias de más del 90%, a base de dar una luz “físicamente rara”, no dan un espectro continuo, potencian determinados colores, según el proceso físico que usen y los átomos que exciten.
Para nuestros ojos no es problema, porque nuestro cerebro “repara” los colores alterados, pero para un sensor sí que lo es, el sensor es lineal y si falta un color el sensor no lo sabe inventar. Es más, cuando intentamos retocar los colores, como algunos “no están”, no existen, la foto fácilmente presenta colores irreales. Emplear iluminación LED o de bajo consumo nos puede alterar los colores de la realidad.
Por eso, tal como se ve en la foto de portada, recomiendo iluminar con un foquito de lámpara halógena. Como buena lámpara de incandescencia que es, nos dará una luz rojiza que, con bastante precisión, podremos ajustar al blanco estándar (de hecho con AWB, la cámara lo hará automáticamente y bien) o podremos poner nuestra cámara en “luz de bombilla” y la corrección será incluso más precisa.
El sistema es fácil y barato, basta comprar un flexo que soporte una lámpara halógena y “prueba superada”. Como que el sensor será lineal, las sombras podrían quedar demasiado negras. Yo lo he resuelto con unas cartulinas blancas y haciendo una simple iluminación de estudio.
En la foto se aprecia un cristal cuadrado delante del foco. Al ser incandescencia la lámpara emite infrarrojos que calentarán el objeto a fotografiar. El cristalito es un filtro de infrarrojo (que encontraréis en el interior de cualquier proyector de diapositivas) y que os evitará el calor. Fotografiando planta verde se agradece mucho, porque en unos pocos minutos de iluminación podéis conseguir la fritura de cualquier flor.
Para fotografía macro, objetos no más grandes que una naranja, el flexo, el foquito y la cartulina se convierten en todo un estudio fotográfico. Si, como se aprecia en la foto, todo se maneja en un espacio negro, por ejemplo una caja de cartón forrada de cartulina negra, el control de la luz es total.
Yo sigo en mi línea de abrir mis secretos al mundo, y ya sabéis, si el tema os ha parecido interesante, decídselo a vuestros amigos, que “cuantos más son, más se ríen”.
Jun 24, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
No queda bien, suena a pedantería, ¡pero es que hay días que uno se levanta chulo!
Cuando empecé a sacar fotos de semillas, teniendo en cuenta que mi formación botánica es nula, busqué algún libro del tema “para plagiar”. La verdad es que ideas me bullían, pero quería ver como lo enfocaban los profesionales… ¡Qué decepción!
Unas fotos botánicamente perfectas, con vistas en “planta, alzado y perfil”, perfectamente identificado el eleosoma, marcadas las asimetrías, con las estrías perfectamente alineadas… Básicamente, un puñado de habichuelas sobre una cartulina blanca y una toma cenital, seguramente con un flash anular “que lo ilumina todo por igual”, sin sombras.
No me cabe la más mínima duda que las fotos que vi (y que tanto me decepcionaron) pueden sustentar una sesuda tesis doctoral sobre la reproducción de las plantas o sobre el mutualismo de las hormigas y la utilidad del famoso eleosoma.
En este momento entendí que no tenía el más mínimo interés en la botánica, que lo que me interesaba era la fotografía… pero es que las imágenes de naturaleza en general, para mí al menos, pueden resultar más sugerentes que el mundo de la moda, por ejemplo. Decidí que me quedaba con el tema, la botánica y el mundo científico de la biología, pero que las fotos las iba a hacer “a mi aire”.
Con los años, algo he llegado a aprender de biología vegetal, ahora ya llamo a muchas plantas por su nombre, en mis fotos sale el eleosoma, incluso he llegado a hacer fotos “a medida” para que un Señor Doctor en biología publicara un artículo… ¡pero me sigo negando al puñado de habichuelas sobre una cartulina blanca!
La foto que encabeza este artículo es de Lemna giba, la conocida lenteja de agua. Se trata de una planta extremadamente simple, un par de hojas y una raíz. Las hojas tienen alveolos que la hacen flotar i la raíz cuelga en el agua mientras absorbe nutrientes. Su tamaño es minúsculo, unos milímetros, pero se reproduce muchísimo, hasta el extremo de colonizar estanques enteros, por ejemplo el de la foto, debajo de esta alfombra verde hay agua limpia, para regar coles.
Seguramente un buen botánico hubiera fotografiado la L. giba sobre la consabida cartulina blanca o hubiera sacado fotos de los alveolos en el microscopio, incluso hay una buena foto científica de la raíz junto con una regla milimetrada (para documentarla)
A mí, lo único que se me ha ocurrido es que “se trata de una planta de agua”, que quedarían mejor fotos submarinas (no descarto pedir permiso al dueño del estanque de la foto, ¡es broma!)
Y, después de este rollo, viene la “técnica de estudio”. Chapotear en el estanque puede ser muy divertido, pero poco práctico. Pensad que, por el tamaño de la planta, necesitamos un buen nivel de macro, será necesario recurrir al fuelle y, si pretendemos alto nivel de calidad, se agradecerá una foto por capas, con movimientos micrométricos (para evitar en lo posible la difracción y poder usar una gran profundidad de campo). Añadamos que, ya que estamos, usaremos una cámara de 51Mp, de varios miles de euros… Si os fijáis, conforme voy escribiendo le voy cogiendo miedo al agua. Meter todo el equipo necesario en el estanque saldría por un ojo de la cara en cajas estancas. Vamos, que es mucho más práctico poner la L. giba en un vaso y hacer la foto a través del cristal.
Aquí es donde empieza el proceso “MacGyver”. Dadas las dimensiones de la planta, puede ser perfecta una ampliación de X4 o X5, exactamente lo que da mi cámara de fuelle de 80cm. Pero, para que sea manejable, esta cámara está montada fija en una columna de ampliadora, con avances micrométricos para su enfoque y para poder seccionar la imagen por capas.
Espectacular en cuanto a calidad y precisión, pero solo puede tomar fotos en vertical, para tomarlas en horizontal se pierden los mandos micrométricos… y el agua no se aguanta bien “de canto”.
Las soluciones siempre se pueden simplificar. Recurriendo a un espejo, los rayos de luz “pueden doblar esquinas”. Es fácil, colocando un espejo a 45º el eje de enfoque de la cámara se convierte en horizontal, además, tengo la suerte de usar un objetivo de 135mm de distancia focal. Da menos aumentos (con el inmenso fuelle, solamente X5) pero me permite espacio para hacer estas virguerías.
Para mí, cada foto termina siendo una aventura, en cuanto se te enciende la bombilla aparecen los problemas, ¿Cómo aguanto el espejo a 45º? ¿Cómo me las apaño para que la planta esté a esos 135mm del objetivo? ¿Cómo consigo que el fondo de la foto sea oscuro y contraste con la planta y el espejo del agua? (supongo que os vais dando cuenta que la cartulina blanca y el flash anular no me sirven en absoluto)
Siguiendo las más elementales tradiciones de los estudios de cine, ¡recurramos al cartón!
Con un cutter, cartulina y cola de carpintero se van resolviendo todos estos problemas, se construyen bases y soportes, se aguantan de pie trozos de cartulina negra o se usan unos cuadradillos de 1cm que tuve que implementar en otra ocasión, para otro problema (en aquel caso tenía que colocar, “volando” un reflector para matar una sombra, y los cuadradillos actuaron de “viga de soporte”)
Mi forma de trabajar, aunque sean soluciones de cartón pegadas con cola, intento siempre que sean precisas. Esto ayuda a obtener fotos “limpias”, pero es que estos artilugios no se tirarán, conservados en una caja, algún día me resolverán otra “pega”.
En este caso, el espejo que he usado es un espejo óptico, la capa reflectante está en la superficie frontal del cristal y no en su parte trasera. Un simple espejo de baño también hubiera servido, pero hubiera exigido más controles en la iluminación. Al tener la superficie reflectora y la superficie frontal del cristal, a veces, según como incida la iluminación (y fotografiando cristales reflejados en un espejo, más) se generan halos, bastante molestos.
A veces me han comentado que “estos secretos” no se deben contar. Todo va en gustos, yo disfruto haciendo mis fotos, pero es que cuando veo algunas publicaciones me dan vergüenza ajena. Por descontado que yo tengo “mis” gustos, yo veo “mis” encuadres, en “mis” fotos yo gestiono “mis” luces y sombras, esto forma parte de mí.
Pero la técnica debería ser universal o, por la misma regla de tres del secretismo, se deberían cerrar las escuelas y mantener a los demás en la más absoluta ignorancia… ¡Siempre he luchado contra esta idea! Se ve que 40 años trabajando como docente imprimen carácter.
En fin, amigo lector, si te ha parecido interesante cuéntaselo a tus amigos… En Mallorca se dice que “cuantos más son, más rien”.
Mar 2, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fundación Pep Bonet Capellá, Uncategorized |
Técnicas para luchar contra el viento en la fotografía de campo, o de cómo inmovilizar al sujeto para poder tomar una foto, normalmente con el diafragma cerrado y a baja velocidad.
Como todas las actividades que en este mundo han sido, “todo tiene su qué”. Hacer fotos de natura implica aceptar pelearte con ella.
Mientras nos dediquemos al paisaje, hacer fotos dependerá de nuestro pulso o de lo estable que resulte nuestro trípode. Es cierto que hace aire y las hojas se mueven, pero en la foto no se aprecia.
El problema aparece al dedicarnos al macro… ¡y no digo nada del macro extremo! Pensad que si el encuadre es de una flor de, por ejemplo, 30 mm, con un estilizado pedúnculo de varios cm y el viento, incluso una delicada brisa, la mueve, fácilmente la flor oscilará 5 a 10 mm, pero es que, además, en las ráfagas se moverá rápido, compulsivamente, a veces temblando agitada. Lo de conseguir disparar el obturador en el momento que esté quieta o a una velocidad más rápida que sus oscilaciones es todo un reto.
Recordemos que en las tomas macro, estamos dispuestos a vender nuestra alma por poder cerrar un punto de diafragma “más” y que esto nos lleva a velocidades bajas (fácilmente a 1/15 de segundo)
Si, además, estamos en macro extremo, que estamos limitados por los problemas de difracción y profundidad de campo, la solución sabemos que es tomar distintos planos a distintas profundidades de imagen y apilarlos (ventajas de la foto digital, antes, con película, esto era ciencia ficción) Haceros a la idea de que el viento nos pase la flor de un lado a otro del fotograma… ¿cómo se apila esto luego?
Por eso, aparte de equipo fotográfico, siempre paseo estos artilugios. Básicamente un mini trípode y dos púas fáciles de clavar en la tierra (no siempre hay tierra, a veces es roca). En beneficio del “todos con todos”, estos tres soportes acaban en la rosca típica de máquina fotográfica, la de ¼”. Como soy “del oficio”, hace años que compré un juego de machos y una terraja y rosco a diestro y siniestro. Si no conocéis la técnica (que es bastante fácil y no muy cara) cualquier mecánico os pondrá roscas, macho y hembra, en casi cualquier sitio.
También paseo varios palmos de hilo de cobre y un par de trozos de hilo soldados a una tuerca de ¼” (en algunas ferreterías, cada vez menos, siguen vendiendo tornillería de ¼”, los pasos ingleses de antes del Sistema Métrico Decimal, que es de donde sale la rosca de cámara de fotos) Con esta tornillería y un poco de inventiva es fácil hacer artilugios para aguantar cámaras y accesorios.
Luego, en el mundo de la electrónica, encontré una joya para el caso, las antenas telescópicas de radio. Las hay bastante recias y tienen la ventaja de “estirarse” a la medida de la planta a fotografiar. Roscándolas en la base y soldándoles un trozo de hilo de cobre con una pinza de cocodrilo son fáciles de montar en el mini trípode o en una púa.
Con este “mecano”, una vez elegido el sujeto a fotografiar, se coloca un auténtico andamiaje de sujeción, por descontado que no salga en la foto, pero que inmovilice la flor o fruto contra los embates del viento.
Otro truco que uso, llevo la consabida rosca de cámara en el trípode y una mini rótula, esto me permite sujetar alguna de mis antenas telescópicas al mismísimo trípode donde está la cámara y dirigirla al brote que quiero fotigrafiar. Esto es especialmente interesante cuando el sujeto está en una rama alta (manejo un trípode de 1,80 m y los alambritos, a esta distancia, poco sujetan)
Pero, si os fijáis, siempre es lo mismo, roscas estándar de cámara, antenas de radio roscadas, trozos de hilo de cobre (fácil de manejar) y estas mini rótulas porque las antenas “no se doblan”.
Dic 8, 2019 | Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
MACRO EXTREMO
Repasemos las bases de la fotografía de macro extremo, en fotografía “normal” todos conocemos la frase de “este objetivo, donde da mejor es a F tal”. Cuando realizamos macro extremo, el objetivo es el mismo, pero, con un fuelle o anillos, lo alejamos más de lo normal y, en realidad, con nuestro sensor o película aprovechamos solo una parte de la imagen.
Como siempre, la teoría es lo que rige el mundo… ¡cuando se respeta!
Para hacer fotografía de macro extremo hay un par de principios de física óptica y de teoría ondulatoria de la luz con los que hay que ser muy escrupuloso.
Empecemos por la profundidad de campo:
A la vista del esquema, si la lente del objetivo no está diafragmada, la lente proyecta un cono de luz hasta el foco, tan amplio como el diámetro de la lente. Si diafragmamos, el foco queda en el mismo sitio, pero el cono se reduce por haber reducido la abertura.
El ojo humano medio es capaz de distinguir hasta 5 líneas por milímetro, vistas a 25 cm de distancia. O sea, es capaz de apreciar puntos de 0,2mm. En general, si hay más líneas en este milímetro, el ojo se confunde y las mezcla.
Dicho de otra manera, a los puntos menores de 0,2 mm nos cuesta verlos separados. A este límite le llamamos círculo de confusión.
Supongamos que el “punto gordo” del dibujo fuera nuestro círculo de confusión, entonces todo el espacio de imagen, antes y después del punto de enfoque, donde el círculo de confusión es más pequeño, para nosotros estaría TODO enfocado, TODOS estos puntos “entre” antes y después del foco, para nosotros y nuestros limitados ojos, tienen un foco perfecto porque “no vemos” el desenfoque.
Está claro que cuando diafragmamos alteramos el cono de luz, lo cerramos, y ello hace que nuestro círculo de confusión (que solo depende de nuestra agudeza visual) se encuentre bastante antes y bastante después del punto de enfoque.
Como el punto de enfoque es el lugar exacto que tenemos enfocado, ver “clara” la imagen “antes y después” del foco significa ver en la foto, claras, cosas que están más cerca o más lejos de nuestro objeto principal: A esto le llamamos “profundidad de campo”.
De aquí que al diafragmar aumentamos la profundidad de campo y aumentamos la sensación de nitidez de la foto, aunque sea porque el ojo es fácil de engañar.
En el caso de la fotografía macro esto es muy importante, ya que tanto más cerca esté el objeto, más lejos se forma la imagen y menos profundidad de campo tenemos y más nos convendrá cerrar el diafragma para ver la imagen con más detalles en profundidad.
Ahora estudiemos cómo se comporta la luz en un objetivo:
La luz tiene la rara habilidad de “doblar esquinas”. Cuando los físicos estudian la teoría ondulatoria de la luz, aparecen curiosidades como que la luz, cuando roza un canto, sufre un fenómeno llamado difracción que la deforma, la curva.
En nuestro caso, cuando hacemos fotos con el diafragma abierto, este fenómeno físico nos preocupa poco. Así y todo, todos los fotógrafos saben que los objetivos tienen “su mejor diafragma” que es el que nos da más profundidad de campo, o sea, imagen más clara, antes de que se empiece a notar la difracción. De todas formas, los fabricantes se esfuerzan mucho en conseguir objetivos que “sean buenos en todos los diafragmas”, les va en ello el negocio.
Sin embargo, cuando hacemos “macro extremo”, ya hemos visto que necesitamos cerrar mucho el diafragma para conseguir una profundidad de campo que nos permita apreciar TODO el volumen del objeto. Por las leyes de la física, esto es incompatible con la difracción que sufre el objetivo por el hecho de haber reducido el agujero por donde entra la luz.
Además, añadimos otro problema, sabemos que el macro lo obtenemos de proyectar una imagen inmensa del objeto y coger solamente una pequeña parte con nuestro sensor, por eso usamos fuelles o anillos para “estirar” el objetivo. En macro son normales las relaciones de x1, x2, x4, etc.
Si el objetivo, usado en fotografía “normal” ya nos daba pérdidas de calidad, aprovechando TODA la imagen que produce, cuando en macro usamos solo la mitad, o una cuarta parte o menos, multiplicamos las pérdidas. Podemos decir que el diafragma “que presupondrá” la imagen es el que nosotros cerremos por el aumento que estemos dando.
Por ejemplo un diafragma F22 en una ampliación x4 es equivalente a un diafragma 22×4=88. Por descontado que el objetivo “se hunde”, nos da una imagen difusa… porque, si miramos el esquema, cuando cerramos el diafragma la difracción hace que la luz se difumine.
En la época de fotografiar sobre película, este efecto tenía mala solución. Lo único realmente efectivo era, con fuelle descentrable, aplicar las técnicas de Scheimpflug (que ahora no explicaremos)
En la actualidad, con la información digitalizada, se han desarrollado programas que permiten detectar que zonas de la imagen están enfocadas y cuales no y luego apilar los trozos que nos interesen y los que no eliminarlos.
Y, gracias a estos programas, tenemos una solución para conseguir espectaculares fotos de macro, con magnífica definición y profundidades de campo impensables: sacar fotos a diafragma casi abierto, sin problemas de difracción pero con muy poca profundidad de campo, sacar tantas capas como hagan falta para abarcar todo el grosor del objeto y luego apilar “los trozos buenos”. El único inconveniente de estas técnicas es que no basta con un buen equipo fotográfico, también es necesario un esquipo mecánico con ajustes milimétricos, para poder enfocar con precisión las distintas capas.
Nov 23, 2019 | Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
El pasado sábado 23 de Noviembre impartí un Curso de fotografía Macro Extremo en el Jardín Botánico de Sóller.
“Documentar y compartir”, el lema de #FundPepBonet. Hemos dedicado un sábado a compartir nuestros conocimientos y nuestras técnicas en Jardín Botánico de Soller, en un curso de “Macro Extremo”.
Para sentar las bases, sobre todo para frenar algunas leyendas urbanas, dedicamos una primera parte a las bases teóricas de la fotografía digital, número de bits necesarios para una publicación, “calidad” de esos bits, qué diferencias hay entre el bit de un móvil, por ejemplo, y el bit de un “full frame”. También revisamos la física óptica para entender el comportamiento de un objetivo, del diafragma y de la profundidad de campo, tan imprescindible en la fotografía macro. A todo esto le pudimos añadir el efecto de interferencia de la luz, para explicar por qué siempre hay un diafragma mejor que todos los demás.
Aclarados estos conceptos, fue fácil explicar que para el macro extremo, actualmente con técnicas digitales y unos programas potentísimos, tomar fotos por capas y apilarlas es una forma de conseguir profundidades de campo “imposibles”.
Como, organización y asistentes, estábamos convencidos que “las penas con pan son menos”, nos despejamos de tanta teoría con un café con pastas y pasamos a realizar un par de fotos reales, con el equipo que ya posee la futura Fundación, donde los participantes pudieron experimentar la forma de trabajar en la que nosotros ya somos expertos.
Y, para cerrar el curso, aunque fuera la parte menos novedosa, apilamos y retocamos cada toma realizada y “las archivamos”, según el patrón que hemos mantenido hasta ahora.
Como se puede ver un programa denso, fueron 5 horas lectivas, pero asequible y “bien equilibrado” por una pausa de café y otra de “tentempié”.
A nivel personal, y por eso he empezado el proyecto de montar una fundación, creo imprescindible compartir los conocimientos. Ya, en el colmo de la filosofada, creo que la humanidad ha avanzado porque tenemos la capacidad de aprender y no es ético atesorar conocimientos, solo con la finalidad de poder “ser el único” que los tiene.
Por ahora a nivel personal, ya llevo muchos años compartiendo esas fotos de plantas, de frutos y semillas. Fueron útiles, por ejemplo, en la edición del libro “Colette” para aportar un conocimiento científico a unas exquisitas acuarelas de temas botánicos. El Jardín Botánico de Sóller ha usado fotos mías en trabajos de divulgación. Incluso he cedido fotos a científicos para documentar una publicación.
Digamos que estoy orgulloso de que “mi granito de arena” ha servido para que el gran público haya podido aprender “algo más”, por poco que sea. Imaginad la alegría que puede reportar el conseguir “institucionalizar” estas colaboraciones, saber que todo el trabajo amateur de toda una vida disfrutando el tiempo libre puede acabar publicado para uso y disfrute de la humanidad, evidentemente no para descubrir nada, pero si para alegrar y culturizar ¡qué no es cualquiera cosa!
Lo dicho, “Documentar y Compartir”.