Ene 17, 2021 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
A la solución auto construida que presenté en el artículo anterior, la BONET I, como también se hacía incómoda como cámara de campo, le sustituí el rail por otro de 1 metro (rail de estantería comprado en pieza de 6 metros) y, para comodidad mía, lo uní a una columna de ampliadora.
Si os fijais en la foto de perfil, justo debajo de la rueda amarilla que regulaba el tiraje de la ampliadora se ve “un añadido” de aluminio, es un “invento” para enfocar con precisión. Mecanicé una grapa fácil de fijar a la columna de la ampliadora, apretando el tornillo negro que se ve, y en una ranura inserté un disco roscado y un tornillo que sujeté al cuerpo de la ampliadora. Si se suelta todo la cámara sube y baja, como si fuera el cabezal de la ampliadora. Si se bloquea la grapa a la columna, girando el disco, se mueve el tornillo que arrastra el cabezal, pero con la precisión de un enfoque fino… ya comenté que mis “inventos” no eran extraordinarios, me conformo con aplicar algo de oficio y mecanizar soluciones sencillas.
Nota: Estas fotos son el estado actual de la BONET I, con una cámara digital Fiji GFX50 acoplada. Inicialmente, en lugar de la Fuji, había un chasis de película 120 de 6×6 cm.
¡Pero la BONET I está totalmente activa y sigue ampliando mi archivo!
Mientras, volví a tener algún dinero y me había comprado una PENTAX 67 (los que me seguís, sabéis que soy de “burro grande, ande o no ande”)
Ya comenté en su momento que el macro de campo, más allá del x2, implica muchísimos sinsabores, de estabilidad, de viento, de profundidad de foco, etc. Se consigue, pero el trabajo que da integrar el entorno, que, además, prácticamente no va a influir en el encuadre porque deberá ser algo muy cercano al sujeto y, por tanto, tan pequeño como el sujeto, no vale la pena.
Entonces, mi idea primera (una vez montado todo el sistema de estudio con la BONET I) fue construir un fuelle pequeño, daba x1, para aprovechar la PENTAX 67 (recordemos que la era digital aun no existía, al menos no era popular) Aprovecharla como soporte de película y automatismos, fotómetro y velocidades de disparo y convertirla en mi cámara de campo.
Al no existir, aún, el apilado, le incorporé descentramientos para poder aplicar Scheimpflug. Eso sí, para simplificar solo descentré el objetivo, la cámara quedaba en una bayoneta fija, pero, ¡bajo ningún concepto! renunciar a ganar unos milímetros de profundidad de campo.
Recurrí a ideas fáciles de mecanizar, una placa que por un lado era la bayoneta para la cámara y por el otro un cuadrado donde fijar el fuelle y dos varillas por donde deslizar un “carro” que soportara un objetivo descentrable. (El objetivo que sale en la foto no es el primero, el primero fue el Apo Symmar 135/5,6. Este es una adaptación actual para la cámara Fuji GFX50 y que me proporciona hasta x2)
En el soporte del objetivo mecanicé una “L” y la sujeté con un tornillo al carro, de tal manera que al apretar se fijaba el tiraje y el descentramiento horizontal. Un segundo tornillo a 90º sujeta el soporte del objetivo, lo cual permite “poner el objetivo mirando ‘pa’ Cuenca”
Para los que busquéis la “auto suficiencia”, fijaros en esta foto. La placa está mecanizada para incorporar el Apo Symmar 135/5,6. No se ve porque lo tapa el actual objetivo.
Cuando hice la actual adaptación del fuelle a la Fuji GFX50 e incorporé el objetivo Nikkon 75/4 de la foto, no quedaba otra que mecanizar una rosca para el nuevo objetivo. Si os fijáis bien, veréis que la solución fue comprar una rosca adaptadora prefabricada y pegarla con un buen pegamento. El objetivo está correctamente roscado, fácil de sustituir por cualquier otro de la misma rosca.
Por descontado que si, por la razón que sea (que no procede), se quisiera volver al Apo Symmar no quedaría más remedio que “despegar la rosca”. Muy práctico no es, pero cuando se decidió usar el fuelle con la Fuji GFX50, se decidió que “sería definitivo”…
Estos tres últimos artículos solo son a modo de visión de la trayectoria que me ha traído hasta la actualidad y, un poco, para terminar presentando la BONET III, otra cámara de estudio que me permitirá hacer ampliaciones de x20, quizá hasta x25.
Por el oficio que tengo y por haber sido profesor de FP durante casi toda mi vida, soy plenamente consciente de que no todo el mundo tiene los conocimientos y las habilidades para fabricarse parte de su propio equipo, pero solemos ser capaces de mucho más de lo que creemos. A veces no podemos “construir” nuestro invento, pero siempre, indagando, terminaremos por encontrar al profesional que pueda mecanizar parte de nuestros problemas y nunca olvidéis que “el Araldit hace milagros”
En esta foto, ¡chapuza donde las haya!, se ve una caja vacía, realmente adaptada al fuelle que acabamos de ver y donde aún se observa una presilla sujeta con dos tornillos (las rayas de porquería oscura son debidas a que había una entrada de luz no deseada y se le pegó una tela negra. El fuelle se construyó a medida de la PENTAX 67, pero esta cámara da negativos de 6×7 cm y el archivo de botánica se estandarizó a diapos de 6×6 cm, ¡una pérdida de 1 cm de película por cada foto es inaceptable! La caja y el soporte se fabricaron para sustituir la cámara de alta calidad por un simple chasis de película 6×6 cm… ¡y volver a tirar de fotómetro!
¡También se explotó debidamente la chapuza y constan buenísimas fotografías en el archivo, tomadas “con este andamio”!
Cuando empecé a “digitalizarme”, mi primera cámara fue una PANASONIC GF1. Acostumbrado al formato medio fue un importante retroceso en la calidad de mi archivo, pero también es verdad que una Micro 4/3 es algo más que una compacta, 4000×3000 píxeles.
Ya que vamos de “historias de abuelo Cebolleta”, os diré que, hasta que me jubilé en 2012, siempre tuve acceso a máquinas, a taller de mecanizados y a taller de carpintería. Teniendo la capacitación técnica que tengo, cualquier idea que surgiera estaba en mi mano realizarla… Una vez jubilado quedé como el común de los mortales, a expensas de las grandes superficies i de las tiendas de ferretería para poder “inventar inventos” (de ahí que ahora aparezca tanto pegamento, tanta cola de contacto y tanto Araldit)
Pues bien, la PANASONIC se acopló al fuelle con el consabido accesorio de bayoneta “pegado” a la caja. Hay mucha literatura y mucho cine sobre la condición humana, sobre la degradación de las personas, de la influencia del entorno, sobre como una persona se puede “dejar hundir”.
Está claro que sentirme “solo y abandonado” en este universo tecnológico, sentir que ya no tenía acceso a maquinaria me hundió en la miseria de la chapuza y, estos últimos años, he tenido que recurrir a ella demasiadas veces, ¡pero he seguido tomando fotos, algunas macros excelentes!
En honor a un buen amigo, haré mía una frase suya, “hay gente que tiene “concepto” de la chapuza”… La verdad es que algo de MacGyver sí que puedo aportar.
El próximo artículo de esta serie ya será un reportaje de la nueva cámara de estudio, esa maravilla que os he anunciado que hará tomas x20, aproximadamente lo que en microscopia se llaman 250 aumentos. Téngase en cuenta que en microscopía y en fotografía se emplean lenguajes diferentes. O sea, x20 de foto viene a significar x250 de microscopio, nosotros hablamos de tamaño sobre el sensor y ellos hablan de ángulo de visión en el ojo.
Ya sé que de los lectores de estos artículos, la mayoría, como mucho, puede que os maravilléis pero dudo que intentéis construir una cámara… incluso es muy probable que no os haga ninguna falta.
Pero estos artículos tienen la finalidad de compartir conocimientos, mi convencimiento personal y la función de la Fundación Pep Bonet Capellá están precisamente para eso, para que todo el mundo interesado pueda aprovechar lo que nosotros sabemos. Los artículos están escritos a modo de divulgación, pero estoy abierto a ampliar toda cuanta pregunta pueda surgir a gente interesada… suponiendo que sepa la respuesta.
Dic 28, 2020 | Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
Ya conté que el objetivo macro, de una cámara de formato medio, “se había quedado corto”. Que cuando aprendí a mejorar la profundidad de campo jugando con el rendimiento de la óptica todo lo demás pasó a segundo término.
El problema es que mi cámara CALUMET de formato grande, 10×15 cm, de banco óptico, era un incordio moverla al campo, recuérdese que hablamos de época de película, de poder mover “TODOS” los ejes de la cámara y de que fuera algo reducido, en rollo de 6×6, por ejemplo. La solución fácil era comprar una cámara Arca Swiss. De hecho mi objetivo Apo-Symmar 135 /5,6 me servía, necesitaba un chasis y el cuerpo de cámara técnica con descentramientos micrométricos… y estuve mirando la marca citada, Arca Swiss, una “delicatesen” que no me podía costear.
Fue en este momento que decidí “fabricar” yo el banco óptico. Dicho así, suena a pretencioso o a genio… ¡pues nada de esto! En las cámaras fotográficas (y actualmente más) hay un montón de automatismos que miden, controlan y actúan mecanismos. Para ajustar, básicamente, apertura del objetivo, velocidad de obturación, sensibilidad del sensor, sea película o sensor digital, y a qué valor de sensibilidad vamos a trabajar. Con todas estas variables cualquier fotógrafo que conozca el oficio elegirá o permitirá fijar, un trio de valores “sensibilidad/velocidad/apertura” para que la foto se tome con la luz justa, sin temblores y con la profundidad de campo deseada. En la mayoría de cámaras actuales, además, nos permitirá elegir programas que forzarán una de las tres variables. Por ejemplo velocidades siempre rápidas para foto “deportiva”, o diafragmas preferentemente abiertos si elegimos “retrato”, o sensibilidad alta y diafragma bajo cuando elegimos “foto nocturna”… No es que la cámara sea más lista que nosotros, es que se la ha programado para que no tengamos que decidir.
Realmente una cámara, sea de banco, digital o de cualquier móvil, se compone de los elementos de la foto: un objetivo capta una imagen, la reproduce sobre un sensor y unas mediciones de luz abren o cierran un diafragma y lo mantienen abierto un tiempo exacto, para recoger una cantidad de luz que pueda registrar el sensor.
Todo eso “se puede hacer a mano”. Estas siempre han sido mis cámara auto construidas, el cajón que es capaz de sujetar estos componentes. No me quitaré el mérito de ser un profesional, Maestro de Taller, capaz de mecanizar al torno o a la fresadora ranuras, bayonetas, roscas, etc. ni pienso ceder un ápice en mis conocimientos de medición de la luz, tanto incidente como rebotada ni de todo lo que se sobre exposición en fotografía.
Si vamos a la foto de portada, se ve muy bien que el “banco óptico” son dos palmos de una barra de aluminio con unas ranuras, por las cuales se puede deslizar un perfil ajustado… están diseñadas para construir estanterías (se venden en tiras de 6 metros)
Construir el banco consistió en mecanizar unas roscas, atornilladas a trozos de perfil… Y eso si, el enfoque se hacía a pulso, nada de ajustes micrométricos. En las fotos, la sujeción de uno de los montantes y el soporte de la barra principal del banco óptico.
Para poder aplicar técnicas de Scheimpflug era imprescindible poder bascular los planos de película y objetivo en dos ejes perpendiculares, esto se resolvió sujetando una plataforma con una escuadra recortada, comprada en una gran superficie, y con dos de estas construcciones se tuvieron los planos basculantes del objetivo y de la película de una cámara técnica. Ahora solo hubo que fabricar un fuelle para obtener una caja flexible y alargable, hermética a la luz, como se observa en la foto. Puestos a “chapucear”, en la foto de la cámara se observan los “focos profesionales”, un flexo de sobremesa y un miniflash con filtros de bote recortado.
Durante algunos años, esta cámara técnica de fabricación casera, junto con mi inseparable fotómetro y rollos de película Fuji Provia 100F se convirtió en mi cámara de campo. Con ella hice fotos espectaculares que enriquecen mi archivo. Por descontado que el programador, el selector de velocidades, el autofoco, el bracketing, el control de flash, la multiexposición, la famosa rueda PASM, y todas estas funciones que aporta cualquier cámara actual estaban controladas por el mejor computador, el más versátil, ¡mi cerebro humano!… y la mecánica “mis deditos”.
Luego, con los años, decidí hacer otra cámara específicamente de campo, entre otras cosas porque esta casi nunca la empleaba al 100%. En natura, hacer macros mayores de x2, directamente sobre la planta y, normalmente, con alguna brisa, siempre terminaba en una mala aventura y con problemas. Decidí cortar un trozo de perfil más largo y hacer crecer la BONET I para usarla exclusivamente en estudio, trabajando cómodamente hasta x5 y construir la BONET II, más coquetona, menos pesada y algo más manejable, que me garantizara un x1 sobre película de 6×6…
… Pero bueno, esta vuelve a ser otra historia que se contará en otro momento.
Dic 22, 2020 | Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
En algunos comentarios de “mi historia” he dicho que llevo más de 30 años haciendo fotos de plantas (emplear la palabra botánica, dados mis conocimientos, es demasiado presumir)
Debo reconocer que entré a hacer fotos de flores por una crisis de creatividad, no se me ocurría ningún tema interesante, y, por casualidad, hice una florecilla… y llevo esos más de 30 años, obsesionado con en el tema.
Más o menos coincidió la cosa con un pequeño golpe de suerte, unos dineros extras con los que no contaba, y realmente empecé mi archivo botánico con una cámara Mamiya 645 (ya nunca más volví al formato 24×36)
Ciertamente, mis conocimientos de fotografía eran limitados, autodidactas, recogidos en artículos de revistas y algunos libros de fotógrafos ilustres. Había “aprendido” con una cámara de 35 mm y había hecho algo de macro con anillos de extensión. La Mamiya 645 ya la compré, directamente, con un objetivo macro que me resultó totalmente insuficiente, la calidad era correctísima, pero yo “exigía más”. Para los fotógrafos de hoy, digitales todos ellos, quiero hacer notar que estoy hablando de principios de los 90 cuando el “apilado” ni se le conocía, “ni se le esperaba”. También esta época coincidió en que pasara a dar clases de fotografía en un instituto de Imagen y Sonido lo que me aportó bibliografías de las que yo desconocía su existencia y donde me sentí en la necesidad de superarme a mí mismo, en la necesidad de enseñar algo más que un escueto programa.
Fue cuando aprendí el funcionamiento de la cámara técnica, cuando me enteré de las leyes de Scheimpflug, cuando, después de haber invertido el sueldo de casi dos meses de trabajo en mi Mamiya 645, descubrí que la cámara que yo realmente quería valía 5 o 6 veces más (por descontado que no había ningún otro “pequeño golpe de suerte” ni ningún otro dinero extra) y que no me la podía costear… ¡fue el momento exacto de empezar mi larga vida de chapuzas!
Hice un experimento, interesante, que fue comprar de enésima mano una cámara técnica “Calumet” por cuatro chavos, la foto que encabeza este artículo, y un objetivo “profesional” para foto de estudio, un Apo-Symmar 135/5,6, francamente bueno (por el estado actual, visible en la foto, no hay duda de que está más que amortizado… ¡y sigue en activo!)
La mejora en definición fue espectacular, dejé de estar sujeto a las limitaciones del objetivo y pude empezar a mejorar la profundidad de campo.
En fotografía, el enfoque es una parte importante del lenguaje. Para los paisajistas es el menos básico de sus recursos, puesto que una gran parte de sus imágenes se enfocan a infinito y hasta se pueden permitir recurrir a la hiperfocal. Para los retratistas se convierte en imprescindible, ya que la expresión de unos ojos o la sensualidad de unos labios se pueden reforzar diluyendo el entorno con un desenfoque selectivo… y, para esto, la profundidad de campo es una gran aliada.
En fotografía macro, ¡por unos milímetros más de profundidad de campo, el fotógrafo “mataría”! En mi web ya hay un artículo explicando eso de la profundidad de campo.
El problema de la fotografía macro es que se trabaja con el sujeto muy cerca del foco del objetivo, prácticamente “metiendo el objeto en el objetivo”. La cuestión de profundidad de campo es un simple problema física y fisiología del ojo, nosotros, los humanos, no conseguimos “ver” cosas más pequeñas de unos 0,2 mm mientras que el foco es físicamente exacto (si no tuviéramos esta carencia de visión, todas las fotos tendrían un punto exacto de enfoque)
Esta zona de “duda” hace que apreciemos detalles en profundidad. En los paisajes que están muy lejos de objetivo “vemos detalle” tanto en primer plano como en el infinito. En los macros, donde el sujeto está muy cerca del objetivo es normal ver bien solo parte del escarabajo o de la flor o de lo que sea, el resto se ve desenfocado… y la mayoría de veces este desenfoque nos molesta.
Una solución para aumentar la profundidad de campo es cerrar el diafragma, algo se gana, pero el objetivo no tiene infinitos diafragmas y, además, a partir de un determinado cierre, lo que se mejora en profundidad de campo se pierde en dispersión de imagen, por la dispersión de la luz… ¡en toda la imagen enfocada! Esto es todo lo que se puede obtener de un buen objetivo macro, como el que compré con la Mamiya.
Otra solución está en recurrir a las técnicas de Scheimpflug, cosa que solo puede hacerse con una cámara de banco óptico o cámara técnica. Dado que la fotografía digital y el apilado de imágenes han dado mejor solución al aumento de la profundidad de campo, me abstendré de explicar las citadas técnicas, que por otra parte están más que publicadas en nuestro almacén de conocimientos, en San Google, los Dioses nos lo conserven.
Esta solución, si bien me resolvió la nitidez de mis macros de florecillas, me resultó extremadamente incómoda, en todos los sentidos. La cámara de banco o cámara técnica pesa varios kilos, es voluminosa como un par de cajas de zapatos y usa una película de 10×15 cm, espectacular en cuanto a calidad y definición, pero muy incómoda porque las fotos hay que cargarlas de una en una y, además, es una cámara lenta y complicada. Primero se pone una pantalla de enfoque y luego, quitándola, se sustituye por la película, todo ello sin mover la cámara, obligadamente sobre un buen trípode, más pesado que la cámara.
Entonces, dado que mi formación es técnica, que se mecanizar, se usar torno y fresadora, que tengo los conocimientos de taller de un Maestro industrial… y que tenía un amigo que me dejaba usar sus instalaciones (mi amigo Carlos Campins, los Dioses le hayan acogido), decidí compensar el dinero que no tenía con el tiempo que si me sobraba y mi capacidad de fabricarme una cámara de banco que conectara mi reciente objetivo Apo-Symmar con la Mamiya 645… En su momento la bauticé como la “BONET I”.
Pero, como acuñó Michael Ende en su “Historia Interminable”… Esa es otra historia que será contada en su momento
Nov 9, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
Dicen que el hombre propone y Dios dispone. No soy demasiado de frases hechas ni de convencionalismos, pero algo de eso hay. Por un desafortunado accidente (no grave) he tenido que estar unas semanas “en dique seco” y tener el blog un poco abandonado… Resueltas mis cuitas, ¡vuelvo a la batalla!
En la reincorporación (hay que empezar por algo, sea lo que sea) repasé y me faltaba la flor masculina de Ceratonia siliqua, algarrobo para los amigos. O sea, que aprovechando para hacer un poco de ejercicio con mi trike, me metí en un algarrobal con todo mi equipo… para “pedirle peras al olmo”.
Ya he hablado en otras ocasiones del macro extremo a base de tomas en planos diferentes y posterior montaje de las zonas enfocadas de cada plano. Dicho así parece fácil, pero si analizamos las imágenes ¡todo son problemas!
El primero es que enfocar planos diferentes obliga a adelantar o atrasar la cámara, por lo que el objeto cambia de tamaño en cada toma.
Yo me crie en el mundo de las ampliadoras y la foto química. Intentar superponer “a registro” (con coincidencia de todos los puntos) fotos de distinta escala era algo así como una epopeya. Solo en las imprentas, que tenían este problema a menudo, disponían de una cámara de fotos especial para controlar la escala, la “REPROMASTER”.
Actualmente este problema está superado, a través de IA y de procesadores matemáticos, gracias a que las imágenes se toman digitalmente sobre matrices de sensores colocados con precisión micrométrica. Midiendo el nivel de iluminación y las coincidencias laterales de millones de puntos de la imagen, aunque las escalas sean diferentes, se pueden superponer con precisión imágenes como las del dibujo.
Una vez que se tienen TODAS las imágenes perfectamente alineadas, una vez que el programa las ve perfectamente coincidentes en todos sus puntos, se hace otro milagro de la informática y de las matemáticas que la sustentan.
Alguna vez he hablado de la acutancia, recordémosla. Las cosas enfocadas se ven “limpias”, se ven con los bordes perfectamente definidos, mientras que en los desenfoques los bordes se difuminan. Este borde definido, este contraste entre luz y sombra, este intuir un canto vivo, es lo que a nosotros nos resulta “enfocado” mientras que la pérdida de detalle la entendemos como desenfoque.
Veamos, por ejemplo, en esta foto de arriba, los detalles de una zona enfocada, a la derecha, y otra desenfocada, a la izquierda. Está claro que en la zona enfocada se detectan unas pelusillas (nota: las fotos del escrito tienen escasos 300 píxels, lo justo para ver el efecto. Los originales están tomados a 8256×6192 píxels, con sensible mejor definición) En ambas muestras, derecha e izquierda, “hay los mismos pelillos”, el tronco es el mismo, sin embargo a la derecha somos capaces de ver blancos y sombras que nos permiten separar pelillos, básicamente diferencias de luz y sombra (acutancia), mientras que a la izquierda solo tenemos una mancha difusa que no nos permite saber dónde empieza ni donde acaba nada, ¡está desenfocado!
Hagamos un inciso, porque yo me niego a adorar la informática y a creer que un ordenador es “más inteligente que yo”. He citado que los programas de apilado, el tipo de programa que es capaz de analizar las “n” fotos, tomadas en distintas capas, que es capaz de seleccionar de cada foto los planos enfocados, vamos, que “recorta” todas las zonas enfocadas de las “n” fotos y que luego es capaz de recomponer el “puzle” usa IA, inteligencia artificial para los amigos. Reconozco la inmensa potencia de análisis y cálculo que aporta una máquina a nuestro servicio, incluso admito que a esto se le llame “inteligencia”, sobre todo porque se adjetiva como “artificial”. Pero ¡nada que ver con la inteligencia humana!
Lo que si es cierto, que es lo que se usa en este tipo de programas, es que se puede hacer un análisis de todos y cada uno de los píxeles de la imagen. Resulta relativamente fácil leer y medir los 50 millones de píxeles de la imagen original, compararlos uno a uno con los píxeles que le rodean y valorar si la diferencia de luz, de contraste, la acutancia en cada uno de esos 50 millones de píxeles, se puede considerar de “píxel enfocado” o de “píxel desenfocado”.
En la configuración del programa nos habrán permitido establecer los niveles de acutancia del análisis anterior, con lo que definiremos la precisión en la selección de zonas enfocadas. No siempre nos lo definirán por acutancia, los programadores ni se fían de nuestros conocimientos, ni emplean los mismos parámetros ni el mismo vocabulario. Es muy normal que, en las configuraciones nos dejen elegir la distancia máxima en píxeles entre diferencias de contraste, más o menos viene a ser lo mismo.
De esta manera conseguimos separar las zonas enfocadas de cada una de las capas que hemos fotografiado, para luego montar una única foto con la superposición de todos estos recortes y que se queda “con lo mejor de cada una”.
Lo que acabamos de ver funciona perfectamente en estudio, pero en la naturaleza, la foto macro in situ, presenta otro GRAN problema: EL AIRE MUEVE TODO CONTINUAMENTE.
Si repasamos la teoría anterior sobre el apilado de imágenes, tenemos el primer problema de la escala, solventable porque la escala se aplica A LA TOTALIDAD de píxels… y los ajustes de tamaño entre fotos son uniformes a toda la imagen. Sin embargo, si el viento mueve mi objeto, rama, flor, hoja, etc, las distintas tomas de cada plano son fotos diferentes. No solo sigo teniendo el cambio de escala de mi objeto, además el objeto no mantiene la misma posición respecto al fondo. Si pretendemos analizar la foto píxel a píxel resulta que no se puede obtener coincidencia porque no existe. Por eso he hecho la observación de que la IA es una inteligencia relativa.
Esto es lo que pasa cuando se pretende hacer un apilado, un macro extremo, de una foto in situ. Por ligera que sea la brisa es inevitable algún pequeño movimiento de nuestro sujeto y, al pasar al programa de apilado este se vuelve majara y termina seleccionando mal y montando peor.
Como que este artículo se refiere a flores de Ceratonia siliqua, la foto de portada es un racimo de flores hermafroditas, con los estambres ya resecos y los pistilos, fecundados, ya convertidos en futuras algarrobas.
En el caso específico del algarrobo, cosa que se da en otros árboles, como por ejemplo el cacao, hay un regalo para el fotógrafo, flores y frutos pueden crecer en el mismísimo tronco. Lo más habitual, en la mayoría de plantas, suele ser que las flores crecen en las yemas anuales, la planta despierta del invierno, empieza a abrir botones con hojas nuevas, crecen ramas tiernas y salen flores. Por descontado que en estas flores saldrán los frutos para crear semillas y seguir el proceso reproductivo.
Sin embargo hay árboles que sacan frutos en leña vieja. Es el caso de la higuera y sus mamas, o del cacao con sus frutos colgados del tronco y ramas gruesas. Esta misma situación se da en el algarrobo y eso nos permite hacer fotos por planos paralelos, como si estuviéramos en el estudio.
Se observa perfectamente que la flor masculina, arriba, y la femenina, abajo, han crecido en troncos que la brisa no ha podido mover. Ambas fotos están tomadas en planos paralelos, separados unos pocos milímetros y apiladas por capas, con lo que se obtiene una toma macro imposible de sacar en una foto única.
Ya he comentado en otras ocasiones que #fundpepbonet es la síntesis altruista de toda mi vida. Mi intención es legar a la Humanidad, las pocas cosas que pueda haber aprendido y estoy encantado de compartir “mis secretos” y “mis técnicas”. Por descontado que este blog es abierto, público y “de dos direcciones”, cualquier duda que os aparezca, ¡consultad! No dudéis que si tengo una respuesta siempre será para compartir.
Y si os parece que estos conocimientos pueden ayudar a algún conocido vuestro, no dudéis en pasarle la dirección de la web.
Solo por la difusión y extensión del conocimiento se puede progresar. ¡Del oscurantismo nunca salió nada bueno!
Jun 30, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
Iba a decir que tenemos un serio problema, pero no es verdad, en realidad tenemos una gran virtud. El ojo humano, ayudado por el cerebro, pasa por encima de la física y se inventa los colores. Es más, este “súper ojo” es capaz de ver diferente en las sombras que en las luces. El invento de conos y bastones (receptores de color y receptores de luz, de blanco y negro) permite al cerebro analizar una escena bajo dos puntos de vista diferentes, como luces y sombras, con extrema sensibilidad, prácticamente a oscuras y luego, por separado, colorear la imagen, bien sea con la realidad que leen los conos, bien sea recurriendo a la memoria que recuerda que aquel tomate era rojo.
Esto nos da unos ojos capaces de separar, cómodamente, puntos con diferencias de luz de más de 1000 veces, hablando en términos fotográficos, unos 10 diafragmas o, a veces, hasta 12-14 diafragmas y, además intuyendo colores casi reales hasta en las condiciones más duras, sean o no inventados. Si conjugamos la visión real del ojo y la capacidad del cerebro para centrar la atención en detalles aislados, el conjunto ojo-cerebro es capaz de “salvarnos la vida” en situaciones de hasta 24 diafragmas, o dicho de otra manera, podemos ser capaces de separar puntos con diferencias de luz de unos 15.000.000 de niveles… ¡Problema ninguno!
Pero lo que para nosotros no, para las cámaras si se acerca al problema. En primer lugar, los mejores y caros sensores actuales se mueven sobre los 10-14 diafragmas (de las cámaras baratas no hablemos y de la antigua película, positiva y negativa, menos, que se quedaba en los 5-6 diafragmas) Luego, un sensor no tiene cerebro, es lineal y no se sabe inventar colores, lee, exactamente, lo que “ve”.
Hay determinados tipos de fotografía en los que nos podemos permitir licencias, pero en la fotografía científica no. El color de unos pétalos o un determinado tipo de verde o el color de la tierra son tan importantes como la planta en sí, de hecho la planta produce antocianinas que la definen. Nosotros no somos nadie para cambiar esta característica de la planta.
Empecemos pues por foto en la naturaleza, con iluminación natural. Aquí lo tenemos relativamente fácil, el sensor se fabrica emulando el rango del ojo humano, es capaz de leer las cantidades necesarias de Rojo, Verde y Azul para que nosotros no nos confundamos. Solo hay un problema (del que muchos fotógrafos aficionados de hoy no son conscientes) y es que la luz del sol no tiene “el mismo color” a lo largo del día, o si estamos en la sombra, o si está nublado. Como la luz del sol debe atravesar la atmósfera, hay más km de atmósfera húmeda a atravesar por la mañana que aire seco al mediodía o km de atmósfera seca por la tarde. Luego, si se nubla, las nubes son vapor de agua (a atravesar), a veces en las nubes puede haber sal, o polvo…
Todas estas situaciones alteran el color de la luz solar, pero tenemos una ventaja, el Sol emite lo que se llama un espectro continuo, emite ultravioletas, azules, verdes, rojos, amarillos, hasta los infrarrojos (que a nosotros nos interesen, emitir, emite más)
Esta disponibilidad de “TODOS LOS COLORES” nos permite un truco que es estandarizar un “balance de blancos”, o dicho de otra manera, registrar una superficie blanca como de color blanco. El color blanco es una mezcla exacta de todos los colores visibles, entonces si una cartulina blanca, que sabemos cierto que es de color blanco, la vemos coloreada significa que la luz tiene exceso de aquel color, se rebaja el color y ¡asunto resuelto!
He comentado que hay aficionados que no son conscientes de este problema porque cualquier cámara actual lleva incorporado un sistema automático de corrección, AWB, que lee el color de la luz justo antes de realizar la toma y lo ajusta. En cámaras de alta gama, este ajuste es, incluso, “ajustable”. Luego, todas las cámaras llevan pre ajustes para otros tipos de luz, tungsteno, fluorescente, etc. Esto hace que, con mucha facilidad, siempre tomamos nuestras fotos con una luz blanca estándar, bien equilibrada… Siempre que hablemos de luz natural.
Ahora pasamos a la foto en estudio, con iluminación artificial. Hace años solo se disponía de bombillas y flashes, ambos de espectro continuo. El flash, con un espectro ajustado al blanco de referencia (5500ºK), semejante a la luz del sol y que no había que retocar y el tungsteno, las bombillas, con un tono más o menos rojizo, según el tipo. Las bombillas baratas, las “de cocina”, muy rojizas, con una temperatura de color de unos 2700ºK y las halógenas algo menos rojizas, con temperatura de color de unos 3000ºK.
Actualmente ha habido un cambio drástico. Las lámparas de incandescencia, el filamento incandescente que inventó Edison y que ha alumbrado el mundo más de 100 años, presentan un grave problema, solo alrededor de un 10% es luz visible, el 90% restante son infrarrojos, calor… y pérdida de rendimiento.
Como que “las ciencias adelantan que es una barbaridad”, ahora nos iluminamos con la física atómica, excitando átomos de sodio, mercurio arseniuro de galio, etc. todas las bombillas actuales, de bajo consumo, han conseguido eficiencias de más del 90%, a base de dar una luz “físicamente rara”, no dan un espectro continuo, potencian determinados colores, según el proceso físico que usen y los átomos que exciten.
Para nuestros ojos no es problema, porque nuestro cerebro “repara” los colores alterados, pero para un sensor sí que lo es, el sensor es lineal y si falta un color el sensor no lo sabe inventar. Es más, cuando intentamos retocar los colores, como algunos “no están”, no existen, la foto fácilmente presenta colores irreales. Emplear iluminación LED o de bajo consumo nos puede alterar los colores de la realidad.
Por eso, tal como se ve en la foto de portada, recomiendo iluminar con un foquito de lámpara halógena. Como buena lámpara de incandescencia que es, nos dará una luz rojiza que, con bastante precisión, podremos ajustar al blanco estándar (de hecho con AWB, la cámara lo hará automáticamente y bien) o podremos poner nuestra cámara en “luz de bombilla” y la corrección será incluso más precisa.
El sistema es fácil y barato, basta comprar un flexo que soporte una lámpara halógena y “prueba superada”. Como que el sensor será lineal, las sombras podrían quedar demasiado negras. Yo lo he resuelto con unas cartulinas blancas y haciendo una simple iluminación de estudio.
En la foto se aprecia un cristal cuadrado delante del foco. Al ser incandescencia la lámpara emite infrarrojos que calentarán el objeto a fotografiar. El cristalito es un filtro de infrarrojo (que encontraréis en el interior de cualquier proyector de diapositivas) y que os evitará el calor. Fotografiando planta verde se agradece mucho, porque en unos pocos minutos de iluminación podéis conseguir la fritura de cualquier flor.
Para fotografía macro, objetos no más grandes que una naranja, el flexo, el foquito y la cartulina se convierten en todo un estudio fotográfico. Si, como se aprecia en la foto, todo se maneja en un espacio negro, por ejemplo una caja de cartón forrada de cartulina negra, el control de la luz es total.
Yo sigo en mi línea de abrir mis secretos al mundo, y ya sabéis, si el tema os ha parecido interesante, decídselo a vuestros amigos, que “cuantos más son, más se ríen”.
Jun 24, 2020 | Botánica, Centro de documentación científica, Formación, Fotografía, Fundación Pep Bonet Capellá, Pep Bonet, Uncategorized |
No queda bien, suena a pedantería, ¡pero es que hay días que uno se levanta chulo!
Cuando empecé a sacar fotos de semillas, teniendo en cuenta que mi formación botánica es nula, busqué algún libro del tema “para plagiar”. La verdad es que ideas me bullían, pero quería ver como lo enfocaban los profesionales… ¡Qué decepción!
Unas fotos botánicamente perfectas, con vistas en “planta, alzado y perfil”, perfectamente identificado el eleosoma, marcadas las asimetrías, con las estrías perfectamente alineadas… Básicamente, un puñado de habichuelas sobre una cartulina blanca y una toma cenital, seguramente con un flash anular “que lo ilumina todo por igual”, sin sombras.
No me cabe la más mínima duda que las fotos que vi (y que tanto me decepcionaron) pueden sustentar una sesuda tesis doctoral sobre la reproducción de las plantas o sobre el mutualismo de las hormigas y la utilidad del famoso eleosoma.
En este momento entendí que no tenía el más mínimo interés en la botánica, que lo que me interesaba era la fotografía… pero es que las imágenes de naturaleza en general, para mí al menos, pueden resultar más sugerentes que el mundo de la moda, por ejemplo. Decidí que me quedaba con el tema, la botánica y el mundo científico de la biología, pero que las fotos las iba a hacer “a mi aire”.
Con los años, algo he llegado a aprender de biología vegetal, ahora ya llamo a muchas plantas por su nombre, en mis fotos sale el eleosoma, incluso he llegado a hacer fotos “a medida” para que un Señor Doctor en biología publicara un artículo… ¡pero me sigo negando al puñado de habichuelas sobre una cartulina blanca!
La foto que encabeza este artículo es de Lemna giba, la conocida lenteja de agua. Se trata de una planta extremadamente simple, un par de hojas y una raíz. Las hojas tienen alveolos que la hacen flotar i la raíz cuelga en el agua mientras absorbe nutrientes. Su tamaño es minúsculo, unos milímetros, pero se reproduce muchísimo, hasta el extremo de colonizar estanques enteros, por ejemplo el de la foto, debajo de esta alfombra verde hay agua limpia, para regar coles.
Seguramente un buen botánico hubiera fotografiado la L. giba sobre la consabida cartulina blanca o hubiera sacado fotos de los alveolos en el microscopio, incluso hay una buena foto científica de la raíz junto con una regla milimetrada (para documentarla)
A mí, lo único que se me ha ocurrido es que “se trata de una planta de agua”, que quedarían mejor fotos submarinas (no descarto pedir permiso al dueño del estanque de la foto, ¡es broma!)
Y, después de este rollo, viene la “técnica de estudio”. Chapotear en el estanque puede ser muy divertido, pero poco práctico. Pensad que, por el tamaño de la planta, necesitamos un buen nivel de macro, será necesario recurrir al fuelle y, si pretendemos alto nivel de calidad, se agradecerá una foto por capas, con movimientos micrométricos (para evitar en lo posible la difracción y poder usar una gran profundidad de campo). Añadamos que, ya que estamos, usaremos una cámara de 51Mp, de varios miles de euros… Si os fijáis, conforme voy escribiendo le voy cogiendo miedo al agua. Meter todo el equipo necesario en el estanque saldría por un ojo de la cara en cajas estancas. Vamos, que es mucho más práctico poner la L. giba en un vaso y hacer la foto a través del cristal.
Aquí es donde empieza el proceso “MacGyver”. Dadas las dimensiones de la planta, puede ser perfecta una ampliación de X4 o X5, exactamente lo que da mi cámara de fuelle de 80cm. Pero, para que sea manejable, esta cámara está montada fija en una columna de ampliadora, con avances micrométricos para su enfoque y para poder seccionar la imagen por capas.
Espectacular en cuanto a calidad y precisión, pero solo puede tomar fotos en vertical, para tomarlas en horizontal se pierden los mandos micrométricos… y el agua no se aguanta bien “de canto”.
Las soluciones siempre se pueden simplificar. Recurriendo a un espejo, los rayos de luz “pueden doblar esquinas”. Es fácil, colocando un espejo a 45º el eje de enfoque de la cámara se convierte en horizontal, además, tengo la suerte de usar un objetivo de 135mm de distancia focal. Da menos aumentos (con el inmenso fuelle, solamente X5) pero me permite espacio para hacer estas virguerías.
Para mí, cada foto termina siendo una aventura, en cuanto se te enciende la bombilla aparecen los problemas, ¿Cómo aguanto el espejo a 45º? ¿Cómo me las apaño para que la planta esté a esos 135mm del objetivo? ¿Cómo consigo que el fondo de la foto sea oscuro y contraste con la planta y el espejo del agua? (supongo que os vais dando cuenta que la cartulina blanca y el flash anular no me sirven en absoluto)
Siguiendo las más elementales tradiciones de los estudios de cine, ¡recurramos al cartón!
Con un cutter, cartulina y cola de carpintero se van resolviendo todos estos problemas, se construyen bases y soportes, se aguantan de pie trozos de cartulina negra o se usan unos cuadradillos de 1cm que tuve que implementar en otra ocasión, para otro problema (en aquel caso tenía que colocar, “volando” un reflector para matar una sombra, y los cuadradillos actuaron de “viga de soporte”)
Mi forma de trabajar, aunque sean soluciones de cartón pegadas con cola, intento siempre que sean precisas. Esto ayuda a obtener fotos “limpias”, pero es que estos artilugios no se tirarán, conservados en una caja, algún día me resolverán otra “pega”.
En este caso, el espejo que he usado es un espejo óptico, la capa reflectante está en la superficie frontal del cristal y no en su parte trasera. Un simple espejo de baño también hubiera servido, pero hubiera exigido más controles en la iluminación. Al tener la superficie reflectora y la superficie frontal del cristal, a veces, según como incida la iluminación (y fotografiando cristales reflejados en un espejo, más) se generan halos, bastante molestos.
A veces me han comentado que “estos secretos” no se deben contar. Todo va en gustos, yo disfruto haciendo mis fotos, pero es que cuando veo algunas publicaciones me dan vergüenza ajena. Por descontado que yo tengo “mis” gustos, yo veo “mis” encuadres, en “mis” fotos yo gestiono “mis” luces y sombras, esto forma parte de mí.
Pero la técnica debería ser universal o, por la misma regla de tres del secretismo, se deberían cerrar las escuelas y mantener a los demás en la más absoluta ignorancia… ¡Siempre he luchado contra esta idea! Se ve que 40 años trabajando como docente imprimen carácter.
En fin, amigo lector, si te ha parecido interesante cuéntaselo a tus amigos… En Mallorca se dice que “cuantos más son, más rien”.